Cuando no había ruidos en la casa, y las paredes y los
balcones eran blancos como la nieve. Cuando los caracoles se subían a las ramas
y podías reseguirlos en su camino de lavas, y los dedos se pegaban a la resina.
Cuando los pájaros eran alas y viento y podías tumbarte en cualquier parte de
la ciudad, y no se oían gusanos bajo tierra oliendo a los muertos, y no había
puentes que llevaban a ninguna parte, ni escaleras al cielo, y el aire estaba
cubierto de bruma, y jugabas a perderte en los pantanos, cazabas bichitos y los
liberabas. Cuando no había ruidos, sólo un blanco eterno en la ciudad.
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