sábado, 10 de diciembre de 2016

XI

A veces cuando me dejo subyugar por el sueño (lo cual suele ocurrir demasiado a menudo) vuelves a mí. Lo primero que siento es tu respiración en mi espalda. Y lo primero que me digo es que quizás no seas tú. Otras creo que tu amor por mí es como un virus que se expande vertiginosamente por la ciudad y por eso siempre un hombre me espera en alguna parte. Lo cierto es que nunca logro discernir el enigma. Nunca sé si la mano invisible que me acaricia las nalgas y la entrepierna, eres tú, es mi mente, o es él, quien sea que duerme a mi lado. Hay veces que consigo pasar un dia sin hablarle de ti a nadie. A nadie. Y lo más extraordinario: sin pensar en ti. Pero las garras del sueño tiran de mí como si me salvaran del peor ensueño que existe en la tierra: que el hombre que te abraza en mitad de la noche sea otra vez tú. Y entonces me hago la dormida y nunca sé cuándo empiezo a despertarme, cuando la mano invisible y la respiración entrecortada se esfuman con el humo del café caliente esperándome para despertarme otra vez.





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