A
veces cuando me dejo subyugar por el sueño (lo cual suele ocurrir demasiado a
menudo) vuelves a mí. Lo primero que siento es tu respiración en mi espalda. Y
lo primero que me digo es que quizás no seas tú. Otras creo que tu amor por mí
es como un virus que se expande vertiginosamente por la ciudad y por eso
siempre un hombre me espera en alguna parte. Lo cierto es que nunca logro
discernir el enigma. Nunca sé si la mano invisible que me acaricia las nalgas y
la entrepierna, eres tú, es mi mente, o es él, quien sea que duerme a mi lado.
Hay veces que consigo pasar un dia sin hablarle de ti a nadie. A nadie. Y lo
más extraordinario: sin pensar en ti. Pero las garras del sueño tiran de mí
como si me salvaran del peor ensueño que existe en la tierra: que el hombre que
te abraza en mitad de la noche sea otra vez tú. Y entonces me hago la dormida y
nunca sé cuándo empiezo a despertarme, cuando la mano invisible y la
respiración entrecortada se esfuman con el humo del café caliente esperándome
para despertarme otra vez.
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